9 dic 2011

Harto (I)

Como cada día llegué cansado de trabajar en la maldita planta a eso de las 15: 30, abrí la nevera, saqué una de esas insípidas latas de conservas, la calenté y la serví en un plato; coloqué esa vieja mesa portátil entre la televisión y el sillón al mismo tiempo que intentaba encender aquel trasto inútil con la otra mano, volví al frigorífico y abrí una cerveza bien fría, de esa marca barata y casi desconocida que tanto me gustan, y me dispuse a comer mientras miraba aquella caja llena de desgracias; de desgracias, nunca mejor dicho, decenas de canales y en todos las mismas noticias: el país se va a la ruina por malas gestiones económicas, políticos y ricachones que no contentos con estar forrados se dedican a la malversación de fondos públicos para estar aun mas podridos de dinero, ese niño de 12 años que se ha arrojado a las vías del tren por culpa de unos desgraciados que le hacían vivir el infierno en el colegio, otra mujer que ha muerto a manos de esa escoria a la que llamaba marido…

Apagué la televisión asqueado y harto toda aquella basura en la que se había convertido la sociedad. No sé lo que provocó todo: quizás el mal día que había tenido en el trabajo, quizás mi asquerosa vida en la que nadie me esperaba en casa y me alimentaba a base de precocinados o quizás fue simplemente toda la rabia que tenia acumulada dentro por tratar de ignorar todo lo que ocurría pero al final exploté, no sé por qué ese día y no otro, simplemente ocurrió .–Alguien tiene que cambiar las cosas –me dije, y sin ningún pensamiento concreto me fui a la cocina, cogí el cuchillo más grande que encontré y salí a la calle dispuesto a hacer cualquier cosa para atraer la atención.


Me monté en el coche y empecé a conducir sin rumbo fijo, decidí escoger un sitio cualquiera así que pensé un numero al azar, el 17 por ejemplo, y seguí conduciendo con ese número en mente, el 17, 17 veces que giraría el volante en las curvas que yo quisiera sin importar si a izquierda o derecha, 17 volantazos y ese sería el lugar. Finalmente llegue a mi “destino”, si es que se puede llamar así a un lugar al que llegas por puro azar, me baje del coche con el cuchillo oculto entre el pantalón y la camisa y era hora de pensar otro número, ahora algo más pequeño o me quedaría sin edificios, -el 4 –pensé yo, el 4 como podía haber dicho cualquier otro pero no quería razonar mi elección, solo quería entrar en el edificio número 4 contando desde el principio de aquella calle; dicho edificio resultó ser un bloque de apartamentos que no tendría más de 10 años a juzgar por el buen aspecto de la fachada. Me fastidió un poco que fuera un simple bloque de viviendas en lugar de algún edificio público, hubiera tenido más repercusión pero el azar era el azar, así que en un estado entre nerviosismo y calma me introduje en aquel edificio.

Hora de volver a pensar números, esta vez para el piso y la puerta a la que acudiría, -2 y 3 respectivamente –volví a pensar ya por última vez, y me dirigí sin pausa hacia la tercera puerta del piso nº 2. Me dispuse a llamar al timbre pero me detuve un momento para reflexionar, reflexionar sobre qué pensaría la persona que abriera la puerta cuando viera a un desconocido con cara de amargado y barba desaliñada blandiendo un cuchillo en la mano, reflexionar sobre si era justo lo que estaba haciendo... en fin, daba igual si era justo o no, ya había llegado hasta aquí y si yo no lo hacía nadie lo haría. Saqué el cuchillo, cerré los ojos, di un pequeño resoplido y llamé al timbre. No tardaron mucho en abrirme, me encontré de bruces con un sonriente hombre de unos 30 años, alto, bien peinado y aseado que vestía unos pantalones de poliéster negro junto a una camisa azul y corbata a rayas, parecía que también había llegado del trabajo y ni le había dado tiempo a cambiarse, lo que era un simple ejecutivo cuya cara de alegría y buena fe se fue tornando poco a poco en una cara de incredulidad y finalmente en cara de pánico.

Aquel pobre hombre pegó un grito y se dispuso a cerrar la puerta pero pude reaccionar a tiempo para cogerle del brazo, arrastrarle fuera y poner mi cuchillo en su garganta, tras el salió por la misma puerta una mujer extrañada ante tal escándalo
-¡¡¡Carlos, Carlos!!!
-¡¡por favor cariño no salgas, entra en casa y cierra el pestillo!! –dijo ese hombre al que acababa de”tomar prestado” mientras la mujer se derrumbaba en lagrimas en aquella entrada, intentando arrastrarse por el suelo para volver al interior.

-¿Hay terraza en este edificio? –pregunté yo nervioso mientras intentaba parecer calmado
-si…si… -dijo el hombre temblando –por favor no me haga daño
-no voy a hacerle daño si no me da motivos para ello – le dije mientras subíamos las escaleras hacia la terraza, no pensaba hacerle daño de ninguna de las maneras pero mejor que siguiera creyendo que sí, si por casualidad notaba que su vida no corría peligro se estropearía todo
-Oiga, si es dinero lo que quiere...
-No quiero dinero…. bueno en realidad sí, pero no el suyo, olvidémonos del dinero, hay cosas más importantes en esta vida, cosas que hay que cambiar

(continuara)

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